España forma a sus jóvenes científicos pero les cierra las puertas con un sistema que no les ofrece ni medios ni oportunidades ni futuro. Lo que, por calidad formativa y talento humano, debería ser una potencia científica ve como, año tras año, sus mejores profesionales noveles se marchan al extranjero. Julia, Albert e Isabella, tres jóvenes brillantes que decidieron continuar sus carreras fuera del país, son el reflejo de la fuga de cerebros, un problema que se repite generación tras generación y para lo que no se ha encontrado solución pese a que ha sido utilizado políticamente por partidos de reciente creación, como Podemos.
Julia Laguna se graduó en Física y Matemáticas en la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente está cursando un doctorado en Astrofísica en la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, financiado parcialmente por la beca la Caixa de Postgraduate Studies Abroad y por una beca de la propia universidad, dentro del programa Data Intensive Science. Empezó el programa de cuatro años el pasado mes de octubre y combina formación académica con estancias de investigación de hasta seis meses en la industria, así como formación adicional en Machine Learning y Ciencia de Datos. Julia destaca que el acceso al doctorado en España está condicionado por la posesión de un máster, una exigencia que «excluye a personas con doble titulación», estancias de investigación o una trayectoria brillante. Esta es la razón principal por la que ella se fue del país a buscar esta alternativa y así seguir con su formación.
Esta joven defiende que «la ley es más rígida en España, Italia o Francia. En Alemania, Reino Unido, Países Bajos o EEUU no necesitas necesariamente un máster, hay muchos estudiantes que acceden directamente sin un máster y les va bien». Además del marco legal, hace hincapié en la otra dificultad que enfrentará en un futuro al que ya está anticipándose, que es la estructura piramidal del sistema universitario. Explica que «hay muchos estudiantes en grado, pocos de máster, aún menos de doctorado, incluso menos de postdoctorado, y casi ninguna plaza de profesorado».
Continúa explicando las consecuencias que esto conlleva: «Todo depende del azar: que haya una plaza, que sea de tu campo y que justo estés en el momento adecuado para aplicar». En su opinión, la universidad española «forma muy bien a sus estudiantes, pero si no existen plazas luego, lo normal es que se vayan a otros países a buscarlas». Asimismo, Julia es optimista y no descarta volver a España ya que su objetivo es «ser profesora e investigadora universitaria en España», pero que ello conlleva «tener una trayectoria internacional muy fuerte». En su sector, relata, los aspirantes a docencia fija necesitan pasar por estancias postdoctorales en el extranjero y lograr becas competitivas «como las de la Agencia ICREA», entre otras. Ya que como aclara «sin una trayectoria global destacada, es casi imposible acceder a una plaza».
Albert Francesc Gimó, con 24 años, cursó un doble grado en Matemáticas y Ciencia e Ingeniería de Datos en la Politècnica de Catalunya (UPC), y durante su quinto año completó una estancia en la prestigiosa universidad de Princeton, en Estados Unidos, donde hizo investigación en robótica bajo la supervisión de un docente español.
Ahora se encuentra en París, donde cursa un máster en Mathematics, Vision and Learning (MVA), a la misma vez realiza prácticas de investigación en la empresa Criteo, cuya sede parisina lidera proyectos en IA. En lo que se refiere a su percepción sobre la situación general del sector su diagnóstico es claro: «Sí, efectivamente, hay una fuga de cerebros». Afirma con contundencia que la universidad española prepara bien, pero «la falta de inversión es más que notable», y que «las oportunidades en ciudades como Barcelona existen, pero son escasas y que, por esta razón, es más razonable ir a otros sitios donde haya más» explica.
Además, sostiene que en España la industria científica es mucho menos potente que en otros países: «Hay menos empresas de alto valor añadido que apuesten por la investigación, y si existen (como Criteo), operan de forma más intensiva fuera que en terrenos españoles».
Albert tiene claro que no volverá pronto a España: «Me quedaré en París para hacer el doctorado y seguir trabajando, porque aquí hay más oportunidades, mayor impulso a la industria, mejores salarios y un entorno científicamente más estimulante. Volver a España sería un paso atrás profesionalmente; quizás en calidad de vida compensaría, pero a nivel de desarrollo, no» finaliza.
Por su parte, Isabella Romero cursó Ingeniería Biomédica en la Universidad Politécnica de Madrid, luego realizó su máster en Ingeniería Eléctrica e Informática en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), mismo centro en el que en la actualidad está haciendo el doctorado.
Isabella percibe que «el doctorado en España no llama nada la atención por los salarios, por eso entiendo perfectamente que la gente se vaya a empresas directamente». La joven lo argumenta diciendo que después de nueve o diez años de formación continuada (grado, máster, doctorado) «enfrentarse a un salario de 1.100-1.200 euros al mes es simplemente insuficiente, especialmente cuando en países como Estados Unidos o Reino Unido esos sueldos se triplican».
Además, alega que estos bajos salarios se deben a que «la vida se ha encarecido y los salarios no han subido». Explica que una de las problemáticas a las que se enfrentan los estudiantes es que en el sector las empresas de España no valoran el doctorado como experiencia laboral: «Te lo anotan como estudios, cuando se trata de un proyecto completo con planificación de personal, presupuesto, etc. Es un trabajo real que se podría perfectamente desarrollar».
Añade un factor más: la precariedad en los recursos técnicos. Al estar en Boston explica que la rapidez y suplencia de los instrumentos no son los mismos: «Aquí (en Estados Unidos) si necesito un instrumento para el laboratorio, me lo compran y lo tengo en un día; allí es inmediato. En España, probablemente no te lo compran, o tardas meses en conseguirlo». «Hay una falta de financiación clara» expresa. Y considera que con esas condiciones en España «es imposible avanzar al ritmo que exigen los desafíos actuales».
«No llama mucho la atención volver a España siendo honesta, por todo, no solo por el tema laboral; siento que está un poco regular, y sí me quedo en Estados Unidos es porque me quedo en una empresa que valore mi trayectoria en el doctorado y que pueda potenciar mis habilidades, y por eso me gustaría experimentar eso durante unos años», termina sentenciando que quiere volver a España pero que esa decisión implica «renunciar a este trabajo que pueda darme más dinero así como en consecuencia proporcionarme un desarrollo tecnológico mucho más potente».
Los testimonios de estos tres jóvenes científicos permite elaborar un diagnóstico general del problema: España forma científicos excepcionales pero le cierra la puerta a hacer una carrera acorde a los conocimientos adquiridos. La combinación de baja inversión, precariedad salarial y escasez de plazas académicas convierte la carrera científica en un camino con un futuro incierto.
La consecuencia es una fuga de cerebros en la que España se convierte en una fuente constante de talento hacia otros países, donde la ciencia no es una promesa, sino una prioridad estructural. En palabras de Albert: «Quedarse en España, si te quieres exigirte en el ámbito académico, es un error».
La formación científica española, especialmente en áreas como astronomía, física, biología o matemáticas, sigue gozando de un alto reconocimiento internacional. Investigadores formados aquí siguen siendo reclamados fuera y algunos regresan en las escasas oportunidades que se presentan. En resumen, podría decirse que el sistema educativo español en el ámbito científico se asemeja a un coche con un motor potente – grandes universidades y talento joven con ambición- pero con el depósito vacío, con poca financiación y sin plazas para aquellos que vienen desde el extranjero tras años de formación.
Según Albert, «aunque hubiera una gran inversión, no es una cosa que se pueda cambiar de un día hacia el otro; si ahora mismo hubiera más inversiones, no veríamos la industria crecer de un mes hacia el otro ni de un año hacia el otro. Requiere muchos años para que las empresas vengan, para que los diferentes laboratorios que hay de investigación crezcan y que las personas que están estudiando o que están haciendo investigación fuera vengan a ciudades de España para estudiar. Es un proceso lento, con lo cual, aunque se hicieran cambios ahora mismo, tardará años en cambiar».
Estos jóvenes científicos dejan una serie de consejos de los que debería tomarse nota. Que la premisa fundamental que provoque el retorno de los jóvenes es «una buena calidad de vida» define la precariedad del modelo educativo: «Se debería invertir en más becas, mejores salarios, flexibilizar la normativa, crear plazas, reforzar el tejido de I+D en la empresa, y atraer startups innovadoras con tal de retener el talento joven». Además, un último recordatorio que dan estos jóvenes es que «el doctorado y la investigación deben valorarse como empleo real: si una persona dirige equipo, gestiona presupuesto y produce conocimiento, eso es trabajo, no un estudio más».
Este sistema puede revertirse así y transformar su potencial estructural en acción efectiva como han comentado los jóvenes científicos. De lo contrario, España seguirá exportando su talento mientras importa conocimiento elaborado por quienes nacieron aquí.
Este tendencia puede revertirse si escuchamos a jóvenes como Albert, Julia o Isabella que viven y se enfrentan a los retos que les llevan a escapar de España. El problema de Julia podría solucionarse si se flexibilizara el acceso al doctorado, permitiendo el acceso directo a personas con doble titulación o trayectorias de investigación, sin necesidad de cursar máster en España, para alinearse con sistemas europeos más ágiles. En general y para todos los estudiantes del sector una medida que beneficiaría a evitar la fuga de cerebros sería «subir los salarios de doctorandos y postdocs, y destinar más recursos a infraestructuras y compras de equipamiento científico» como explicaba Isabella. Cambiar la normativa contractual para considerar el doctorado como experiencia laboral, incentivando la contratación de doctores y cerrando la puerta a la «subvaloración formativa». Crear más plazas estables o semi-estables en universidades y centros de I+D públicos, y fortalecer la colaboración público-privada. Promover hubs de innovación que traigan talento del extranjero y potencien la creación de empresas y startups de base tecnológica. Dar visibilidad a las trayectorias de jóvenes investigadores, facilitando su regreso con incentivos fiscales, apoyo logístico y oportunidades reales en instituciones dignas, como explicaba Albert.