La campaña catalana más extraña que se recuerda, sin apenas ambiente electoral en la calle, marcada por la falsa dimisión de Pedro Sánchez y con el principal líder nacionalista celebrando sus mítines en Francia por miedo a ser detenido, acabó con la sensación de que el 12-M será un duelo político y personal entre el presidente del Gobierno y Carles Puigdemont. Aliados en el Congreso por la Ley de Amnistía, que debería aprobarse a final de mes, pero enfrentados en Cataluña por el control político y económico de la Generalitat.
Unas elecciones que abrirán una etapa política diferente en Cataluña y que dejarán atrás el llamado proceso independentista, pero no así la eterna amenaza y voluntad nacionalista de materializar en los próximos años la autodeterminación. A la que Junts y ERC consideran que, tras fracasar en 2017 con la vía unilateral, llegarán de forma más rápida y efectiva forzando al Gobierno la celebración de un referéndum pactado con el Estado y, por tanto, vinculante.
Un cambio estratégico que, sin embargo, no hace peligrar el poder nacionalista en Cataluña. Gobierne Junts o el PSC, en las diferentes fórmulas de coalición que el fragmentado mapa electoral nacido del 12-M les permita, el statu quo construido por Jordi Pujol, y mantenido por los sucesivos gobiernos de la Generalitat los últimos 46 años, seguirá intacto.
ILLA EL «CONVERGENTE»
Así se ha encargado de garantizarlo Salvador Illa -en muchos momentos eclipsado por Sánchez- durante una campaña en la que ha hecho más guiños a los convergentes que quieren actualizar el peix al cove (pragmatismo) y no se fían del regreso de Puigdemont -con fotos de Illa con Miquel Roca, elogiando a Pujol y fichando al mossoJosé Luis Trapero-, que a ese 40% del electorado del PSC que dice no apoyar la amnistía.
Unos votantes socialistas que pueden ser decisivos en el resultado del domingo si retiran su apoyo a Illa, en un escenario general en el que la fragmentación del voto dificultará la formación de alianzas de gobierno. Sin que ningún partido se atreva a descartar, ahora mismo, que un fracaso del primer debate de investidura, que como muy tarde deberá celebrarse el 24 de junio, desemboque en otras elecciones.
Volcado en la campaña para que la probable victoria del PSC pueda ser vendida como el aval de la sociedad catalana a la amnistía y la política del diálogo, lo que le daría un fuerte impulso para la campaña de las europeas, Sánchez se ha dedicado a enfangar la campaña con su melodrama particular. Dando vueltas y tumbos a los supuestos ataques de bulos e injurias recibe, pera convertir el 12-M en una suerte de plebiscito sobre su persona y apelar al voto emocional de las bases socialistas. Con otro objetivo claro para el PSC: evitar por primera vez que el nacionalismo sume mayoría en el Parlament.
Enfrente, Puigdemont que, sin renunciar al horizonte de la independencia y a presentarse como el único que puede parar los pies a Sánchez, ha hecho una campaña con un tono marcadamente presidencialista y alejada de la radicalidad unilateralista. Un guiño de complicidad y un mensaje de tranquilidad dirigidos a los sectores empresariales y a las clases medias que, cansadas de la instabilidad del procés, no quieren que con su regreso lo haga también los disturbios en la calle y las instituciones.
Por ello, Puigdemont ha reivindicado su ADN pujolista y se ha aprovechado de la mala gestión de ERC en la Generalitat para presentarlos como unos incapaces. Con aparente efectividad, ya que los sondeos vaticinan una batacazo republicano.
En este contexto de enfrentamiento entre Sánchez-Illa y Junts, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha tenido una presencia continuada en Cataluña para avalar a Alejandro Fernández como el candidato de la Constitución y el único que puede romper el statu quo nacionalista y suponer un cambio real en Cataluña. Visiblemente preocupados por dar el sorpasso a Vox -partido que en las encuestas repite los resultados de 2021 gracias sobre todo al voto joven-, los populares recurrieron también a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, con mucho tirón popular en Cataluña, y endurecieron el discurso respecto a la inmigración ilegal y la inseguridad.