El anuncio de la muerte del Papa, ayer a primera hora de la mañana, sorprendió a la clase política española confiada tras haber visto a Francisco ante la multitud repartir la bendición Urbi et Orbi apenas 24 horas antes, en que el Pontífice se encontraba en proceso de recuperación. No fue así.
Su fallecimiento a las 7.35 horas activó de inmediato todos los mecanismos del pésame y las condolencias más o menos impregnados de ideología. Los nombres más destacados del arco político desde la izquierda radical a la ultraderecha, desde el independentismo más acendrado al constitucionalismo a capa y espada, se apuntaron al «totus tuus» destacando cada cual la versión que más les convenía del Papa fallecido.
Las despedidas más elogiosas se anotaron en el bando de la izquierda dispuesta a destacar la figura de Francisco como un icono de la justicia social, defensor de los más vulnerables, paladín de la igualdad, luchador contra la pobreza, voz de aquellos a los que nadie escucha y abanderado de la batalla contra el cambio climático.
En la derecha hubo más comedimiento, señalando su vertiente puramente religiosa y reformista y optando por señalarle como el Papa que hablaba español, destacar su conocimiento de las singularidades de los territorios y rezar por su alma.
Visiones, todas ellas, un punto sesgadas a conveniencia. Nadie en la izquierda aludió a sus puntos de vista contrarios al aborto -un «homicidio» y los médicos que lo practican, unos «sicarios»- o la eutanasia – «con la vida no se juega, ni al principio ni al final»- e incluso su opinión condescendiente con los actos homosexuales pese a considerarlos «intrínsecamente desordenados».
Tampoco en la derecha se refirieron a su postura frente al capitalismo y el neoliberalismo radical tachándolos de «economía que mata» ni a su posición respecto a los «crímenes» cometidos contra los pueblos indígenas o su denuncia de la «globalización de la indiferencia» hacia los inmigrantes que tratan de buscar condiciones dignas de vida.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se mostró parco. En un mensaje en la red X señaló el «compromiso con la paz, la justicia social y los más vulnerables» del Papa fallecido. Su brevedad quedó subsanada con una comparecencia del ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, quien elogió el «legado para la historia» que deja un Papa que «dedicó su vida a los débiles» a los que «están en las periferias» y al «combate contra el cambio climático». «La iglesia ha empezado a recorrer un camino que ha de continuar (…) ha muerto un gran Papa», concluyó.
La vicepresidenta segunda, ministra de Trabajo y líder de Sumar, Yolanda Díaz, optó por dibujarle como «un embajador del trabajo decente, de la paz y de la justicia social». «Utilizó su posición para impulsar un mundo mejor. Me enseñó que la esperanza nunca defrauda y sus ánimos todavía perduran. Le haremos caso: no aflojaremos», escribió en la red Bluesky. En nombre de Podemos, Irene Montero, elogió su lucha contra la «desigualdad», contra el «genocidio» y contra la «política migratoria» de Donald Trump.
Por su parte, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, destacó su servicio «al mundo y a la Iglesia hasta el último instante». El popular lamentó la muerte del Papa «que hablaba español y a punto estuvo de pregrinar a Santiago de Compostela».
Mucho más escueto, el presidente de Vox, Santiago Abascal, se limitó a unirse «a las oraciones de millones de católicos» por su alma.
El nuevo presidente del PNV, Aitor Esteban, reseñó su «liderazgo lleno de valores y humanidad» que «ha abierto nuevas puertas a la Iglesia». Y el líder de Junts, el fugado Carles Puigdemont, lo dibujó como un hombre «inteligente y valiente» que «supo entender los desafíos de la Iglesia en el mundo que se adivina».