Mientras en la práctica totalidad de España comenzaba una semana de calor extremo, con temperaturas excepcionalmente altas para la época, en La Moncloa se cernían nubarrones. Las nubes desplazaban al sol. Si a finales de la semana pasada aún ganaba enteros el «optimismo», el lunes por la noche ya prácticamente se daba por descontado el panorama sombrío: no era posible aprobar la oficialidad del catalán, el gallego y el euskera en la UE por el rechazo de un grupo de países.
Nunca se dio por hecho porque siempre estaba presente la «posibilidad razonable de fracasar», pero se veía factible. Se llevaba tiempo, meses, años incluso, con un trabajo de la diplomacia al más alto nivel, con una implicación personal de Pedro Sánchez, que ha tratado este asunto en conversaciones, reuniones, viajes… con sus homólogos europeos.
Los contactos de los últimos días, sin embargo, empezaron a sembrar el desánimo. El fin de semana oscureció el horizonte. Se empezaba a ver más complicado. Se constataron los contactos del PP con los estados presididos por miembros populares. Los imputs no eran buenos. El optimismo menguaba. «Nos lo ha complicado aún más», señalan fuentes del Ejecutivo, asumiendo que el lobby del PP ha surtido efecto. El lunes ya se desconfiaba de potencias como Italia o Alemania, en manos conservadoras.
Y ello pese a que en la negociación entraron en juego las contrapartidas y las presiones. Qué podía ofrecer España a aquellos países indecisos en futuras votaciones. Desde el Ejecutivo, por su parte, se contraatacaba señalando que se tomaría nota de «cualquier falta de solidaridad» de sus socios. Un tira y afloja que sabían se llevaría hasta el último minuto.
En el Gobierno explican que se habían conseguido avances, que había un número importante de países que apoyaban y estaban dispuestos, pero que «había un número menor de otros países que nos han pedido más tiempo y España acepta esta petición para seguir trabajando y dialogando».
El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, cifró ese rechazo en siete estados y este mismo martes empezó a contactar con sus homólogos para tratar de aclararles sus dudas «financieras» y «jurídicas» respecto a la medida que impulsa España. El compromiso es volver a llevar el asunto a votación lo antes posible. En el Ejecutivo creen que es posible sacarlo en un nuevo intento, que van venciendo resistencias porque, argumentan, no han tenido ningún voto negativo -aunque hay países que evidenciaron que no estaban por apoyar ahora-.
La oficialidad del catalán es un compromiso del PSOE con Junts, en el marco de la investidura de Pedro Sánchez. «Es un tema crucial», reconocen fuentes del Gobierno. Pese al revés, confían en que no haya represalias por parte de los independentistas. «Ha habido contactos con ellos todo el rato. Hemos ido de la mano. Son conscientes de que estamos haciendo lo imposible», dicen en el Ejecutivo. «Saben que hemos sudado la camiseta. Junts es consciente de que el Gobierno ha hecho todo lo que tenía que hacer y más. Si no sale no es por nosotros», consensuan varios ministros.
Porque el trasfondo de este asunto es el estado de la gobernabilidad en España, cuánto tensará la cuerda Carles Puigdemont, toda vez que sus siete diputados son imprescindibles en el Congreso para sacar adelante las iniciativas. La Moncloa confía en que no mucho y ponen en valor que haya criticado al PP y no al Gobierno en este asunto. «Llevamos dos años cumpliendo nuestros compromisos y queremos seguir cumpliendo».
En estas semanas antes del verano, hay hitos que pueden marcar el rumbo de la legislatura. El primero era éste, la votación, finalmente no votación, sobre la oficialidad del catalán en la UE, y el pronunciamiento del Tribunal Constitucional sobre la amnistía. Todo un Rubicón para la gobernabilidad y el futuro de Sánchez.
Se espera que el tribunal de garantías valide, con los matices que sea, el borrado de los delitos del procés. Aunque está por ver qué camino decide Puigdemont, romper o no romper, los miembros del Gobierno consultados dibujan un escenario optimista. Lo basan en un razonamiento: «No hay alternativa a este Gobierno. Puigdemont rechazó apoyar una moción de censura del PP. Aliarse con el PP y Vox sería un suicidio para ellos. Mira la percepción del PP en Cataluña». Cuando miran la bola de cristal, exponen: «Junts no se va a mover»; «No van a romper»; «No pueden romper»; «Junts necesita ganar la amnistía, porque eso les permite decir a los suyos que ellos consiguen cosas en Madrid que ERC nunca iba a lograr. Por eso les interesa seguir».